23 de septiembre de 2009

Sueño delirante de lunes a la noche.


Me encontraba a las 3 de la mañana en el bondi "Suite de Viamonte" viendo la lluvia caer, unas gotas de un litro pegando contra la ventana, mientras la turbulencia a lo avión hacía mover la cama semi suite. Escuchaba a una vieja rezar, y la chica que ocupaba una fila delante mío decía "La concha de la lora, ¡estoy re cagada!". Y mientras compañera de aventuras y pensaba "Voy a dormir, total si me muero, me muero dormida y no sufro.." Entonces empecé a rezar por primera vez en meses, de la misma manera particular y falta de dogma que todas las raras veces que lo hago. Que miedo.

Y de repente me cruzo hacer una retrospectiva de todas las cosas increíbles, intensas y extrañas que habían pasado en todo este año. Pero no tiene sentido ponerlo aca, porque algunas reflexiones las comparto; pero otras son mías arraigadas en lo más hondo del mar de cosas increíbles, intensas y extrañas que (me)(nos) pasan; porque ellas me eligieron a mí para ser mías.. y a veces de la Lic. Dani.

Soñaba en la turbulencia del bondi que iba caminando por Leandro Niceforo esperando el colectivo rojo, pero no era rojo sino verde pino. Ahí abajo en las galerías vive una familia de linyeras, que tienen cara de malos y estaba oscuro; asi que caminé una cuadra hasta las dársenas de Retiro. Ahi me encuentro a un aractivo negro con acento caribeño que me pide monedas para viajar y obvio se las doy; charlamos un rato de bueyes perdidos y peces de colores y de repente hace "tilín tilín" y desaparece, pero no importa porque era el fantasma del humo de la vendedora gorda que está en la dársena al lado mío. Creo que no me reconoció. O si, pero no se le canta hablarme. Mejor para mi, no la soporto; pero me saca de quicio que el agradable y guapo caribeño haya sido un fantasma con aroma a dolor de cabeza... ¡y encima se llevó mis monedas!

Luego cambia el panorama, estoy en un sótano con cajas de libros que nunca vieron a un lector; nuevos pero amarillos -violetas- con tapas de cartón arrugado. Estoy hablando con otra mujer, con cara de pollito mojado; y estoy enojada. Miro la escena desde arriba, como un espectador en un cine. No me importa lo que hagas, yo igual te querré -le decía- ya sos grandecita, tenés pelitos, y si querés hacer de tu culo un pito y de su pito una matraca hacelo. Pero hay dos cosas que me rompen las bolas: una que nos heches la culpa de algo que primero es irreal, y segundo que de ser real dependería pura y exclusivamente de vos. Otra, que nos dejes hablando solas y nos evites cual un ex que no querés cruzarte. La chica me mira, quiere gritarme y despotricar contra mí, pero no lo hace porque su pepe grillo se lo impide.

La escena se transfigura de nuevo, y sigo viendo brillitos de miradas pero no le presto atención porque seguro seguro sigue siendo el fantasma del humo que a veces se materializa. Vuelvo al country donde el cuerpo de Pablo Echarri flota en la pileta. Aunque está abajo del agua su cabellera está intacta como sobre el agua y sin viento, como un maniquí. Que malos efectos de cámaras tenía mi sueño. Mi compañera llora la muerte del tano, ahora no puede morderle el cuello y chuparle la sangre. Hay un chico flaco de cintura fina, casi femenina, con traje de lentejuelas que bailaba sobre patines profesionales al ritmo de "Don't stop me now / I'm having such a good time / I'm a sex machine ready to reload". Era muy rústico. Sobre la mesa estaba el kit goloso, incluye 100 gramos de caramelos de menta, 15 biznikes de tipos variados, 10 chocolates cadburdy con cereales y frutilla, al caribeño de la primera parte, y una reserva de suite presidencial en la colectora de Panamericana. No gracias -le dije- sólo las golosinas por favor. Me sonrió y desapareció. No me dió las golosinas, que mala onda.

Me desperté en Retiro, me puse las zapatillas y nos tomamos un taxi mientras le dábamos el pésame a Nancy por la muerte de Pablo. Hacía mucho frío y me tembalaban las patas; el bolso era un poco más liviano que cuando lo había empacado. Debía ser porque había tenido la brillante idea de dividir el peso en bolsos separados y me olvidaba convenientemente algunos en las estaciones de tren. Tomé un café cargadito para despertarme pero no había medialunas.. ¡re darían!. Pero adentro de mi bolso liviano tenía los 100 gramos de caramelos, y me comía uno mientras pensaba "mmm... ¡caramelos materializados!"







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